Este modo de concebir la materia no es más que la negación de la doctrina del idealismo. Pero también la metafísica, tan drásticamente repudiada por el materialismo, supone la negación de la doctrina idealista, pues acepta la existencia de una realidad objetiva. Pero el materialismo asegura que la realidad no es otra cosa que la materia conocida, no importa cuál sea la naturaleza esencial de ella, pero sin admitir otra naturaleza distinta en el universo. La materia podría, incluso, ser de naturaleza espiritual, en cambio niega de forma absoluta la existencia de esa materia juntamente con existencia espiritual. ¿Por qué? Ningún argumento con razón suficiente se opone a la posibilidad de que una naturaleza espiritual se configure unas veces como materia y otras no, ni a que coexistan las dos naturalezas, la espiritual y la material.
Las tendencias materialistas encontraron la piedra "filosofal" cuando la ciencia enseñó que la materia estaba en constante movimiento. Si la materia, ella misma se mueve por impulso intrínseco, no necesita que "algo" la mueva. No se mueve por un impulso exterior, luego no hace falta el espíritu.
Pero la ciencia encuentra hoy en el seno de la materia una energía, no una cosa que se mueve, sino "movimiento". Al científico de hoy debiera asaltarle la misma duda que al metafísico, que admitía la existencia del espíritu en razón de la necesidad de una causa del movimiento. La ciencia actual se encuentra ante la misma incógnita a pesar de su progreso o, precisamente, a causa de él. Ignora qué cosa es esa energía, no encuentra qué es lo que se mueve, ni siquiera sabe si se trata de "algo". Desconoce la causa de ese moverse constante de "nada". Sabe que hay allí una fuerza pero no aparece nada que tenga esa fuerza, como si esa fuerza la tuviera un espíritu invisible.
Hoy existe, principalmente en los medios científicos, horror a la palabra "espíritu". Pero la existencia de esa energía sin materia, inexplicable, reclama, ahora más que en ningún momento, el ser de una causa o motor, hasta ahora desconocido, de naturaleza tal que no es captado por los sentidos de un cuerpo material como el nuestro. Aparece el fenómeno sin el noúmeno y ello evidencia un mundo más espiritual que material. Cabría decir que se ha descubierto la naturaleza espiritual de la materia.
La aparición de núcleos negativos con electrones positivos, ha demostrado que la materia no existe, pues la misma "antimateria" puede aparecer como existencia.
Veamos algunos interrogantes que nos plantea la ciencia de hoy: -lo entrecomillado es copia literal de textos de física-.
"el gránulo de electricidad positiva o electrón caracteriza toda la masa del átomo de hidrógeno, cabe preguntarse si el protón es materia o electricidad". La masa es la carga positiva del núcleo. "Podemos, pues, representar al protón por un punto de donde divergen líneas de fuerza electromagnéticas". "El electrón sería un corpúsculo" elemental de naturaleza electrónica negativa, que ya no es materia alguna, sino un gránulo de energía y que sólo puede representarse como un punto hacia el cuál convergen fuerzas electromagnéticas". Se refiere a un punto en el espacio, no a una sustancia material que se pudiera considerar infinitamente pequeña. El electrón ha sido definido como un cúmulo de energía que "ya no es materia alguna".El protón es un lugar del espacio, un punto donde, al parecer, no hay nada, "de donde divergen líneas de fuerza". Parece que sólo existe electricidad o electromagnetismo. La materia, tal y como clásicamente la hemos concebido siempre, ha desaparecido. La ciencia enseña hoy algo incomprensible para nuestra mente: el movimiento sin un ser que se mueva. Accidente sin sustancia, energía sin materia. Pero cabe preguntarse si no le ocurrirá a la ciencia como a nuestros sentidos, que su limitación le impide llegar a la realidad objetiva de la materia. La desintegración de un gramo de materia es la conversión de esa materia totalmente en energía, con un valor de 900 trillones de ergios aproximadamente, según la fórmula de la energía de Einstein.
Nuestro concepto de materia era falso, sólo existe la fuerza, el movimiento. Existe un ente energético sin que pertenezca a un objeto; existe el fenómeno sin sustancia o es preciso admitir una sustancia no material, es decir, espiritual.
Las perspectivas para el futuro se presentan como una vuelta a la espiritualidad. Una espiritualidad científica.
Si a pesar de existir las mismas razones de otra época para concebir la existencia de un ente de naturaleza distinta a la materia sensible, predomina hoy una mayoría que opta por una concepción materialista del universo, se debe a una fase transitoria de materialismo en el proceso evolutivo de la mentalidad humana. No puede deberse a una razón lógica, pues si antes se admitía el espíritu como motor necesario de la materia que creíamos "inerte", hoy tendremos que concebirlo como agente invisible e intangible de la energía, so pena de aceptar un mundo meramente fenoménico.
Creo que una revisión, que cada vez se hace más necesaria, de la visión filosófica de nuestra existencia, después de la problemática idealista-materialista, reforzará una postura nueva de equilibrio entre estas tendencias extremas, y ello sin que sea necesario recurrir al término medio de un agnosticismo poltrón.
Partiendo de la tesis materialista de que las percepciones sensibles se corresponden con la realidad objetiva, de forma más o menos imperfecta, y de que la ciencia es capaz de ir acercándonos al conocimiento de la cosa en sí, haremos aquí un estudio de la perspectiva filosófica que actualmente la ciencia ofrece.
Si la base del materialismo dialéctico es la ciencia, y ésta no presenta un panorama del universo cerrado y definitivo sino en constante evolución hacia una identificación entre el conocer de nuestra inteligencia y la propia realidad que nos rodea, supone que la propia concepción materialista del mundo debe ser objeto de constante revisión y comprobación. de constante revisión y comprobación, de conformidad con la visión científica de cada momento histórico.
La gran aportación del materialismo filosófico está en no aceptar postulados definitivos, dogmáticos como consecuencia de la convicción del proceso de cambio constante de las cosas.
Hume decía que “sólo conocemos a través del cauce de los sentidos, imagen o percepción, no siendo capaces de establecer una relación directa entre la mente y el objeto”, y añade como axioma definitivo y absoluto: “nunca conoceremos más que las apariencias de las cosas, es inútil tratar de conocer su naturaleza real”. Aquí, lo antifilosófico está en el dogmatismo negativo, pues es cierta la limitación de nuestros sentidos, pero no es cierta su inutilidad absoluta, ni que la inteligencia del hombre no pueda llegar a encontrar los medios de ampliar, más allá de los propios sentidos, nuestro campo cognoscitivo. La ciencia humana, en sí limitada, no tiene limitado su avance hacia la vedad.
Tal vez el error del hombre esté en que toma siempre posturas radicales y extremas.
Por la parte contraria, el materialismo define de modo “absoluto” la relatividad de las cosas. Presenta como un dogma infalible su antidogmatismo, su negación del absoluto.
“Esta filosofía dialéctica acaba con todas las ideas de una verdad absoluta y definitiva y de un estado absoluto de la humanidad, congruente con aquella. Ante esta filosofía no existe nada definitivo, absoluto, consagrado; en todo pone de relieve lo que tiene de caducidad y no deja en pie más que el proceso ininterrumpido del devenir y de lo transitorio”. (F. Engels.- L. Feuerbach)
Con esta negación de lo absoluto que proclama Engels, él mismo resulta ser absolutista y dogmático. Tendría que haber añadido: “únicamente existe como definitivo y absoluto este principio mío de la relatividad y cambio de las cosas”. Pero si este principio resulta ser absoluto ¿Por qué afirma que otra cosa no puede serlo?
Pero también tenemos que, al existir, según Engels, un “proceso ininterrumpido del devenir y de lo transitorio” ya existe otra cosa definitiva y absoluta, en cuanto a constante; pues lo que es “ininterrumpido” es absoluto. Al menos Engels lo consagra como absoluto, en contradicción consigo mismo.
Y aún hay más: ese constante cambio de las cosas que no se interrumpe jamás, obedece a leyes fijas, inmutables, absolutas, que hacen que ese proceso no se interrumpa, sino que se mantenga constante en su trayectoria de cambio y transformación. Esas leyes pueden ser desconocidas para nosotros, podemos ignorar las causas de su existencia, pero sabemos que son invariables, y que los mismos cambios se operan bajo una normativa constante, produciendo siempre los mismos efectos aquellas mismas causas. Cambia el capullo para convertirse en flor, cambia la crisálida para transformarse en mariposa; pero vemos que jamás se convierte una crisálida en flor o un huevo de paloma en cría de elefante.
Vemos, pues, cuántas cosas hay que considerar como inmutables dentro de la misma negación engelsiana de lo absoluto. Se contradice como los sofistas atenienses que negaban la existencia de la verdad. Sócrates les replicaba diciendo: “si la verdad no existe, resulta ser falso vuestro principio que proclama la no existencia de la verdad”.
Nosotros podríamos decir a Engels: “si todo es relativo, tu afirmación es relativa o sólo es cierta relativamente.
Más bien deberíamos decir que toda cosa relativa, lo es con respecto a otra y viene a encontrarse una cadena o red de cadenas de relatividades que descubren al final un absoluto.
Pongamos un ejemplo: la cerveza es buena para Enrique, pero puede ser que para Emilia no lo sea tanto, o incluso sea mala. Si buscamos el bien absoluto en cosas relativas, como tomar cerveza, asomarse por la ventanilla del tren o a invitar a alguien a una fiesta, desde luego no lo vamos a encontrar, porque ante la pregunta de si está bien o mal, si debemos hacerlo o no, la respuesta será casi siempre “depende”, “según” o “eso es relativo”. En el caso de la cerveza, lo bueno sería dársesla a Enrique y no dársela a Emilia. Vemos, pues, que la afirmación “la cerveza es buena” es una afirmación relativa. Pero nuestra decisión de a quién dársela se rige por el principio, mucho más absoluto y general, de “la salud es un bien para todos, es algo deseable”.
El bien sigue existiendo pese a la relatividad que hallamos en las cosas. O dicho de otro modo más preciso, ante una idea relativa siempre encontramos una ley o principio que la regula y por el cual decidimos cómo, cuándo y en qué condiciones es conveniente o no, por ejemplo, asomare a la ventanilla de un tren.
Pero esta doctrina que, negando lo absoluto, confirmaba la movilidad y continuo cambio de las cosas, lo que fue posible gracias al descubrimiento de las fuerzas internas de la materia, tenía un objetivo final: demostrar que cuanto existe es materia, materia en movimiento.
“En el universo no hay más que materia en movimiento, y la materia en movimiento no puede moverse de otro modo que en el espacio y en el tiempo”. (Lenin)
He aquí otra afirmación dogmática y absoluta: “en el universo no hay más que materia en movimiento…” Lo dice pero no explica la razón que le lleva a esta conclusión. Esto no puede ser llamado filosofía. El materialismo no es más que una afirmación dogmática. Son opciones personales dictadas en forma de dogmas.
La dialéctica emplea argumentos, silogismos, etcétera, porque, para que algo pueda ser considerado filosófico, debe estar razonado.
El empirista David Hume dice que lo único que conoce son las sensaciones de sus sentidos, que supone que éstas transmiten algo que, al menos, se parezca a la sustancia, a la realidad objetiva. Pero nunca podrá asegurarlo porque no tiene otro medio que esos sentidos. Si ellos le engañaran no tendría modo alguno de descubrirlo. Comprendo que Hume se sitúa en una posición demasiado radical, pero queda reflejada la postura a la que la ciencia filosófica debe llegar con las armas de la duda. Entonces Engels resulta en el extremo opuesto cuando dice:
“El pensamiento y la conciencia son productos del cerebro humano y el mismo hombre no es más que un producto natural“.
¿De dónde obtiene Engels esa seguridad? La filosofía exige unas razones que le lleven a esa afirmación, o mejor dicho, a esas afirmaciones, pues ha expuesto dos. Como no son evidentes por sí mismas, necesita razones que las avalen. Yo, que no acepto la teoría idealista, debo reconocer que hay más dialéctica en el razonamiento de Berkeley que en las afirmaciones absolutistas del materialismo.
Sin embargo, concedo que es preciso partir de la observación objetiva y de la materia misma para llegar a una filosofía científica actual. Creo que la filosofía debe ser una ciencia siempre abierta y en evolución, verdaderamente dialéctica, no dogmática. Acepto la evolución y el progreso; el constante cambio de las cosas que conocemos como objetos o seres complejos materiales; y creo que la misma inteligencia del hombre se perfecciona y adquiere cada vez mayor capacidad. De aquí la necesidad de la revisión de toda teoría o filosofía. Estoy convencido de que la ciencia, en su avance y con sus últimas aportaciones, perfecciona la filosofía y que ambas colaboran acercándonos cada vez más al conocimiento de la verdad.
El mundo mesocósmico
Para llevar a cabo este estudio deberemos valernos de los sentidos. Nuestro trabajo puede que no tenga fuerza de convicción para un idealista puro, pero sí para los materialistas. No obstante diríamos al materialista: “no vamos a usar sólo los sentidos, sino también la inteligencia”. Las sensaciones llegan a nosotros como datos del exterior que nos sirven de base para razonar, pero ellas mismas no son, por sí solas, capaces de razón, ni pueden, sin más, hacernos llegar el conocimiento. Emplearemos también el instrumento de la experiencia, la voluntad, el raciocinio; no únicamente los sentidos.
Si concentramos nuestra atención en una estrella, veremos un punto luminoso, pequeño. Pero si nos acercáramos a gran velocidad a esa estrella la iríamos viendo paulatinamente de muy distintas formas, hasta llegar un momento en que su aspecto en nada se parecería al primer punto luminoso. El mundo que habitamos, nuestro planeta Tierra, tal como lo podemos ver, desde su superficie, donde nos encontramos, nos ofrece una imagen que no tendría el menor parecido con la que presentaría si lo observáramos desde el planeta Marte. Un gran edificio visto a gran distancia, podría parecer un punto oscuro. De cerca podemos fijarnos en uno de sus ladrillos. Ahora bien, ¿es realmente ese ladrillo tal como lo vemos? ¿No nos parecería totalmente distinto si pudiéramos ver su estructura interna, sus átomos?
Debido a las limitaciones de nuestros
sentidos, no podemos tener una visión global del universo, es decir, no podemos
tener una visión macro cósmica de la realidad. Tampoco podemos ver el mundo de
los microbios, de los virus o de los átomos. La visión micro cósmica nos está
vedada.
Nos valemos de los instrumentos científicos
para acercarnos a la realidad macro cósmica y micro cósmica, pero aún resultan
insuficientes para darnos un conocimiento perfecto de la realidad de esos
campos impenetrables.
Esto nos demuestra que la imagen o
representación mental de las cosas exteriores, las cuales nos llegan mediante
los sentidos está condicionada a ciertas limitaciones que nos impiden conocer
la realidad. Esa visión imperfecta, no rigurosamente exacta, forma nuestro
mundo de relación, es para nosotros la realidad más inmediata, pero no la
realidad objetiva. Sin embargo la ciencia, como la filosofía, no pueden quedar
reducidas a esos límites. Precisamente el hombre se vale de ellas como instrumentos
que le permiten traspasar la barrera de las limitaciones sensuales.
Esa visión intermedia, limitada y
subjetiva, de imágenes que no coinciden objetivamente con la realidad, viene a
constituir nuestro mundo meso cósmicos. Ese meso cosmos no puede ser la
realidad científica, ya que la ciencia busca la verdad objetiva y el meso
cosmos no es más que el producto de la infidelidad entre el objeto mismo y su
representación en nuestra mente.
A mayor distancia, refiriéndonos al sentido de
la vista, el conocimiento es menos perfecto, la infidelidad entre la cosa y la
imagen mental es mayor. Entonces la investigación más cercana, el análisis más
íntimo, nos acercaría más a la esencia material del objeto. La realidad material de las cosas está en el interior del átomo, cuya existencia conocemos por la
ciencia, está en el mundo microcósmico que no vemos y que es totalmente
diferente de la apariencia meso cósmica.
La distancia del electrón al núcleo o protón, según enseña la física nuclear, viene a ser 100 millones de veces el tamaño del núcleo. Estos espacios intraatómicos son comparables a las distancias que separan a los planetas, en relación con sus tamaños. Se ha comprobado que existen iones que lanzados contra una masa de materia atraviesan más de 100.000 átomos antes de chocar con el núcleo de uno de ellos. Se dice que si pudieran eliminarse todos los espacios vacíos que hay en una tonelada de piedras, quedaría reducida al tamaño de la cabeza de un alfiler. Bohr considera a los átomos como sistemas planetarios en miniatura.
Puede decirse que en un centímetro cúbico de una materia cualquiera, hay un mínimo de 54 trillones de átomos. Si en el átomo, el vacío es considerablemente superior al tamaño de los corpúsculos elementales, piénsese en la infinita pequeñez de éstos.
Es pues cierto que nuestros sentidos son incapaces de ofrecernos una concepción real de la materia que forma el universo, y que la ciencia nos facilita un conocimiento más preciso de la realidad.
Cuando meditamos con detenimiento y en profundidad sobre ese mundo de los átomos, creemos contemplar un universo fantástico, inverosímil, imposible de concebir y de identificarlo con el estadio meso cósmico en que nos desenvolvemos. Sin embargo, ese mundo que nos parece de ciencia ficción constituye la realidad objetiva.
La ciencia busca la parte simple, la unidad componente de aquella cosa que está integrada por algo; pues hasta que no se conoce la naturaleza del componente simple, no es posible saber sobre la esencia del ente integrado.
En el universo hay cosas complejas y simples.
El ser complejo
Si tocamos un segmento de línea recta, por ejemplo, de un metro de longitud, decimos que tenemos un solo y único segmento; representando, por tanto, una unidad. No consideramos varios metros, sino uno solo; se trata, pues, de una cosa sola, de la unidad. Pero ese segmento de recta de un metro podemos dividirlo en diez partes y considerar cada decímetro de forma aislada. Entonces el segmento de un metro no es ya, para nosotros, una cosa sola, no es una unidad, sino diez decímetros.
Ahora, para nosotros, la unidad es el decímetro. Si queremos podemos continuar dividiéndolo en centímetros, milímetros, etc. Y cada una de esas partes, cada vez más reducidas en su longitud, podrán ser consideradas como la unidad.
Vemos, pues, que el concepto de unidad es aquí puramente subjetivo. Nos sirve en geometría para establecer ideas comparativas de dimensión, siempre relativas entre sí. No nos dan una “unidad” real objetiva.
La unidad objetiva o unidad absoluta no podría ser considerada en ningún momento como diez unidades, sino siempre como una, pues considerando las cosas de modo absoluto y real, no subjetivo, todo ser es lo que es y no lo que no es, entonces lo que es verdaderamente uno no puede ser considerado como diez.
La unidad objetiva material es aquella que no se compone de partes. Aunque la geometría clásica considera que el punto no tiene dimensión, para tener un criterio de unidad objetiva, o unidad simple, indivisible, es preciso concebir el punto como unidad infinitesimal, como unidad supuestamente indivisible. Decimos esto porque la suma de ceros no puede ser nunca igual a una magnitud longitudinal distinta de cero. Una suma infinita de ceros da siempre cero. Sin embargo, supuesta la magnitud "uno", como magnitud simple, indivisible, al sumarse infinitamente con otras unidades simples, sí darán una magnitud. El punto, así considerado, representa la unidad geométrica y es imagen del ser unitario simple, distinto de cualquier ser complejo.
Considerar el
punto como de magnitud cero, por lo que respecta a la geometría, equivaldría,
en el mundo material, a decir que los seres u objetos del mundo que nos rodea
están formados por partes simples que lo integran cuya magnitud y sustancia es
cero, es decir, “nada”. Si los seres materiales estuvieran integrados por unidades simples de la nada, el ser complejo sería "nada", no existiría. De ahí que, si los seres materiales tienen realidad objetiva, las partes simples que lo forman, forzosamente son unidades y nunca "nada". Por ello decimos aquí que el punto es la unidad simple indivisible y nunca cero. Así, la línea tendrá longitud y además las otras dos dimensiones con magnitud unidad infinitesimal. De esa forma, puesto que el límite de una superficie es la línea, no resultará que ese límite, que decimos ser de la superficie, y por lo tanto debe pertenecer a ella, pertenezca al espacio, pues únicamente el espacio debe ser considerado de longitud cero o de cualquier otra magnitud cero. Pero si la latitud y la profundidad de la línea es cero, se da la paradoja de que el límite de una superficie no es superficie sino espacio; y esto es imposible y que si el límite de la superficie fuera espacio, sería el espacio el que tendría límite y la superficie carecería de él. Sin embargo el espacio sí es ilimitado.
El ser complejo y la unidad indivisible
Pasando ahora a las cosas materiales, imaginemos una montaña. Esa montaña se nos presenta como una unidad, como una cosa sola. Por eso decimos que hay una montaña. No dos ni tres. Sin embargo esa montaña que, para nosotros es "una", forma una unidad compleja. Se trata de una unidad subjetiva, pues la montaña es en realidad un conjunto de materiales diversos. Si arrancamos de la montaña una parte delas rocas que la forman y la transportamos a otro lugar, la montaña no deja de ser la montaña y sigue siendo "una". Pero si seguimos quitándole materiales y los llevamos a lugares distintos, llegaría un momento en que la montaña habría desaparecido. Pero aunque quedasen en su sitio algunos materiales, bastaría con que el conjunto de ellos hubiese perdido cierta altura, para que ya no fuese considerado como montaña. Ninguno de los elementos que, unidos, formaban la montaña, eran para nosotros una montaña, sino parte de ella. Nosotros tenemos el concepto de montaña, pero en la realidad, de forma objetiva, lo que es en sí la montaña, no existe. Lo que existe son los materiales que la forman. Si esos materiales están separados, el ser "montaña" no existe; si están juntos, sí que existe. Vemos, pues, que únicamente una relación de proximidad o separación determina la existencia o inexistencia de esa montaña.
Si la simple relación de las distancias que guardan entre sí las partes produce en nosotros el concepto mental de existencia de un ser complejo, su existencia es puramente subjetiva.
Sería necesario considerar aquí los conceptos de separación o proximidad. ¿cuándo dos seres distintos están unidos y cuándo están separados? Al contemplar la ciencia la distancia que separa al electrón del núcleo atómico dice que están a enorme distancia uno de otro. Cuando contemplamos las nebulosas, las galaxias, en el firmamento, decimos que son conglomerados de estrellas. Vemos, pues, que los conceptos de separación o proximidad no son, en modo alguno, absolutos, sino relativos y meramente subjetivos. Luego si la existencia del ser complejo se debe a un concepto subjetivo, resulta que el ser complejo, como en el ejemplo mencionado de la montaña, no tiene existencia objetiva.
Sólo las partes del ser complejo tienen existencia real objetiva. Pero si, a su vez, las partes son seres complejos, tampoco tendrían existencia objetiva. Las hojas del libro, si están separadas, no consideramos a cada una de ellas como un libro. Cuando estas partes se unen ordenadamente, entonces forman el libro. El libro es, pues, una unidad subjetiva. Llamamos libro al conjunto de las hojas, es decir, al hecho de que estén unidas de una forma determinada (cubierta, tapa, lomo...); por tanto, un libro no es un objeto (un ente) sino un hecho, una situación, una forma de estar. Un concepto abstracto, en definitiva. El libro como unidad, como ser distinto de cada una de las partes, es mero concepto, no objeto. La existencia real está en las hojas, no en el libro.
De lo dicho debemos deducir que todo conjunto de partes forma un ente complejo cuya existencia es conceptual o subjetiva.
Ningún ser puede tener existencia objetiva si no es "uno". Pero nunca será verdaderamente "uno" si no es unidad simple. La unidad simple es la que no consta de partes. La unidad que consta de partes o que puede ser dividida, la que llamamos unidad compleja o ser complejo, no tiene unidad real, sino conceptual.
Ahora bien en nuestro mundo meso cósmico la hoja del libro se nos muestra como
unidad real, peo la ciencia nos demuestra que es también un conjunto de partes,
un conjunto de átomos. Tampoco el átomo de la materia es “uno” ya que está
formado por las partículas subatómicas.
Tendríamos que considerar
como unidad simple aquel corpúsculo de materia que fuese indivisible, no
integrado por otras partes, el átomo filosófico; el átomo que llamaríamos
ultérrimo o primordial. Tan sólo éste, la unidad simple, tendría existencia
objetiva.
La existencia del ser complejo es subjetiva, solo nos consta que es cognoscible para el ser pensante, para el «YO».
El ser complejo, como ser subjetivo, ejerce funciones subjetivas, las cuales tienen valor solamente para el sujeto pensante y sólo y sólo para el mundo fenoménico del mesocosmos. Para un ser infinitamente pequeño que viviera en el interior del átomo, no significaría nada el movimiento, por ejemplo, de una biela de un motor, aunque el átomo que formara su mundo fuese parte integrante del material de la biela. Cuando todos los átomos o sus componentes elementales son continuo movimiento, nosotros lo ignoramos, conociendo sólo aquella forma de movimiento que tiene en nuestro medio un significado. No se mueve la biela, sino que los átomos que la componen toman una cierta forma dede movimiento conjunto distinto al que verificaban cuando la biela nos parecía inmóvil.
La ciencia actual nos presenta a las partículas más simples que conoce, como partes integrantes del átomo, definiéndolas como unos cumulos de energía, de tal forma que no queda suficientemente claro si esa energía que se acu ula en u. Puntolauraonce11@gmail.com del espacio llega a ser sólo energia «energía», es decir, movimiento sin materia.
El movimiento en sí, no essustancia, sino accidente, en un mundo materialmente considerado. La nada en movimiento es, nconcebible en un mundomundo material. El movimiento no se concibele sin algo que se mueva. No puede haber accidente sin sustancia. Si nos empeñáramos en decir que una energía incorpórea es sustancia, tendria que ser, en cuanto a incorpórea, sustancia espiritual. En tal caso el mundo material no existiría. Es espíritu lo que existiría bajo la apariencia subjetiva de la materia.